sábado, 10 de enero de 2009

Mirando a lo lejos pereciera que el río y el horizonte fuesen uno. No faltaba mucho para que acabará la tarde. El gris palomizo de las nubes se fundía en el marrón claro del agua. Todo estaba en calma. Ni el agua se movía en la orilla, donde el río se hace barro. [...] Es incríble como cambia todo. La última vez era distinto; el río, los árboles, las piedras. Me senté en una piedra a un par de metros del agua. Desde ahí con la vista en el río parece que no hubiera nada más en el mundo, sólo la extensión marrón interminable y yo.
Hay muchos que piensan que nuestro destino ya está escrito, que ninguna de nuestras acciones es fruto del azar, que nada de lo que hagamos puede modificar nada. Me cuesta creerlo. Me cuesta creer que toda ésta confusión es producto del destino. Me gustaría que mi todo volviera a estar en orden, tranquilo como hoy está el río. Pero ¿qué es lo correcto?
El viento se levanta con fuerza, el río, antes quieto, ahora se agita y me moja los pies. Vuelan hojas y ramas. Tengo que irme antes que llueva si no quiero empaparme. Tal vez, así sea mi destino. Calmas y tormentas.

[Los ojos del perro siberiano, Antonio Santa Ana]

1 comentario:

Ayelén dijo...

hermanita mayoor, te qiero asi como muuchito (L)