Un millón contó la locura y comenzó a buscar. La primera en encontrar fue la pereza sólo a tres pasos de una piedra. A la pasión y el deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia, y claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, el solito salió de su escondite. Así fue encontrando a todos. Hasta encontró al olvido, aunque ya se le había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Pero sólo el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo, en las cimas de las montañas, y cuando estaba por darse por vencido, divisó un rosal, tomó una horquilla y comenzó a mover las ramas, cuando de pronto, un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido los ojos del amor. La locura no sabía que hacer para disculparse, lloró, rogó, imploró y pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo. Desde entonces, desde que por primera vez se jugó a las escondidas en la tierra: El amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.
Eso lo explica todo...
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