lunes, 8 de diciembre de 2008
Él comenzó a caminar despacio, apenas podía respirar. Quiso girar la cabeza, sólo para guardarse su último recuerdo, pero el orgullo le ganó de mano. Siempre igual. Algo dentro de él quería gritar, la iba a extrañar, pero hizo lo posible para callar su voz. No quería atormentar aún más su sufrimiento, sabía que ella lo extrañaría más. Comenzó a apresurarse entonces, temió que ella fuera tras sus pasos. Él sabía que ella nunca pudo entender que las despedidas son parte de los encuentros. Quiso mirar la hora, pensó que los minutos no habían pasado. Y se dio cuenta que nunca usó reloj. Ella seguía allí parada, viéndolo partir. Pudo sentir su presencia, inmóvil a dos metros de él. Siguió caminando, inerte. Cerró los ojos por un instante, y un mundo de recuerdos pasó por su mente. Su voz, su sonrisa, sus besos. Él siempre supo que no sería eterno. Pero ella no aceptaría el final. Prosiguió su camino como pudo. Y después de un largo rato se dio cuenta que había comenzado a lloviznar. Miró al cielo y dejó caer algunas gotas sobre su cara intentando limpiar su mente de recuerdos. Algo posible sólo por unos segundos. Y pensó en voz alta, la frase que ella siempre decía: Somos magia amor, un instante de ilusión que durará para siempre. Y no pudo evitar sonreír. Ya había caminado lo suficiente. Había dejado de sentir su presencia. Había pasado el tiempo, anochecía. Hubiera vuelto corriendo a buscar un último beso, pero ya era tarde y sus caminos, opuestos. Ella ya no estaba allí. Había aceptado que no eran eternos.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario